Reconozco que esta vez, no puedo ser objetivo, reconozco que desde que sabía que iba a fotografiar una Boda en el Castell de Tamarit, sólo deseaba que llegara el día. Fran y Sandra habían escogido uno de esos lugares donde la magia del tiempo parece haberse parado, una preciosa fortificación a pie del mediterráneo en la costa de Tarragona. Reconozco que viaje con ese castillo mil veces localizado en internet, cientos de veces repasado en mi cabeza, cientos de posibles fotos a realizar, todos soñamos. Como fotógrafo de bodas,una boda en Cataluña en ese castillo iba a ser uno de esos días que desde pequeño todos queremos vivir.
Pero reconozco también que me equivoqué, si lo reconozco y no me da vergüenza hacerlo, no erré por la majestuosidad de aquella ciudadela o porque la belleza de lugar me defraudara. Me equivoqué porque tanto me había preparado para lo grandioso que me olvide de cuidarme de lo pequeño. Ocurre como en esas buenas obras de teatro donde lo intangible supera el decorado, como esos bellos cuadros donde la luz te transporta a otro tiempo, así fue como me di cuenta que una niñas jugando a ser princesas podían desbordarme, unos padres emocionados podrían derrotarme, y como no habia imaginado que unos locos amigos podían dejarme sin aliento. Allí en aquel castillo sobre el mar los abrazos, miradas, risas, de dos novios totalmente entregados entre si y a los suyos me harían olvidar todo lo que tenía planificado. Viví momentos preciosos, algunos incluso me han hecho pensar mucho sobre de donde somos, si somos del norte o del sur, de allí o de aquí, o si realmente todos somos simples paseantes de un mundo el nuestro conformado por los que nos rodean.
Las sinceras palabras de dos mayores, hace años emigrantes, preguntándome como estaba la tierra 40 años después de ellos haberse marchado, me emocionaron, la añoranza de su juventud la vi en sus ojos, pero sus palabras me hicieron comprender que su hogar, su vida esta donde están los suyos ahora. Pensé que iba a un Castillo de grandes muros y me encontré con el enorme corazón de las gentes que lo habitaban, pensé que iba a un palacio y me tope con lo cercano, sentí lo intangible eso que nos hace humanos, el calor de esos lazos de madres con hijas, hijos siguiendo los pasos de sus padres, amigas soñadoras, y con esa especie de sensación de estar viviendo un momento mágico, como parte de un día inolvidable sintiéndote absolutamente como en familia. Sé que lo he vivido otras veces pero reconozco que esta vez me pilló desprevenido, y es que no hay mejor prejuicio que el derribado por la realidad, sí reconozco que fui superado por tanta emoción,tanto amor, tanta belleza, tanta familia, y tanta amistad juntos.
He dudado mucho que enseñaros de aquel día, ….quizás sea mejor que os enseñe como yo lo viví.
Gracias por dejarme formar parte de vuestra Historia a mi y a mi equipo, Fran y Sandra, y agradeceros de que me hayáis obligado a cuidarme de lo pequeño.
Fotografía Miguel Márquez + Cristina Perea.
Fotos de fiesta al final pinchando el enlace.